"Mi dolor de exilio es tan grande que cubre todo mi cuerpo.

Muevo un dedo del pie y sufro".

Lejos de casa


Admirables venezolanos: Carlos Giménez y “El Señor Presidente” / crítica de Enrique Llovet, 25 de octubre de 1978, El País, Madrid





"la Venezuela impresionante y magnífica, le debe a este grupo algo vital: una contribución clara, muy clara, a la creación de signos de identidad. No es tan importante la calidad de este espectáculo como su filiación, tan venezolana: es rico, es sólido, es imaginativo, es noble, es viril, es apasionado, es doliente, es crítico y está lleno de esperanza. Es muy, muy venezolano." 







Durante años, y salvo escasísimas excepciones, he tenido que entender por «teatro latinoamericano » o un teatro de mímesis europea que venía del cono sur o un teatro radical. guerrillero, pobre, voluntarioso y muy mal expresado. Y ahora eso se acabó. Rajatabla ha liquidado con este solo montaje de El señor presidente tanta bien intencionada torpeza y tanta mala copia habitual. Lo digo porque Venezuela, la Venezuela impresionante y magnífica, le debe a este grupo algo vital: una contribución clara, muy clara, a la creación de signos de identidad. No es tan importante la calidad de este espectáculo como su filiación, tan venezolana: es rico, es sólido, es imaginativo, es noble, es viril, es apasionado, es doliente, es crítico y está lleno de esperanza. Es muy, muy venezolano. Ya me gustaría que sirviese, además, de modelo a los quehaceres dramáticos latinoamericanos, enseñándoles cómo se universaliza la anécdota local y cómo se añade al dolorido escalofrío la base técnica que lo transmite.
Carlos Giménez ha partido de la muy conocida novela de Miguel Ángel Asturias, ilustre y grotesco cuadro ambiental de la endemia patética de las tiranías. (Influido o no. Asturias queda lejos de la caricatura impresionante de Tirano Banderas.) En una etapa intermedia un gran escritor, Hugo Carrillo, ha sustituido la estructura narrativa por una forma dramática contundente y circular. Y Rajatabla ha tomado estos materiales para ilustrar y, a la vez comprometer a los espectadores rehuyendo el enorme peligro del dictador abstracto y las víctimas sin rostro para alcanzar una especie de forma épica, de balada del horror, organizada casi como un ballet. Lo que Carlos Giménez ha montado es todo un penoso y dolido sistema solar de personajes que parecen crecer, sufrir y ser destruidos para el mejor entendimiento de la figura del señor presidente. Como esos trabajos de Matisse con el contorno brutalmente remarcado por un trazo de negrura, todo el trabajo de Rajatabla toma un aire como de sueño. El grupo tiene el valor de luchar contra la vieja y muy discutible idea de que este cuidado estético encierra un formalismo próximo al arte irracional. La respuesta de Carlos Giménez está en la escalofriante vinculación que su análisis del Señor presidente guarda con cierto mundo latinoamericano tristemente real. ¿Cómo negar el valor objetivo de ese mundo? Carlos Giménez no lo niega. Lo que hace es reconocerlo como un enorme factor problemático que impone carácter a la realidad, un carácter obsesivo, de horror frío, de coral lúgubre, de sinfonía patética.
Es el principio de los caricaturistas. Y de las pantomimas. Y del cine mudo.
Los actores de Rajatabla son como esculturas en movimiento bajo los proyectores. Esta renovación de la arquitectura escénica se corresponde perfectamente con uno de los colores de la civilización venezolana. Sabemos -es la gran lección de los teatros orientales- que toda expresión física perfecta se carga de contenido emotivo. Como Rajatabla, además, da al texto un comportamiento sonoro peculiar, el todo se carga de un cierto humor siniestro y el protagonista parece doblarse y desdoblarse mágicamente. Ya se sabe el resultado de este fenómeno: angustia. Angustia patológica. Otra nota del montaje.
En definitiva, una gran noche de teatro por algo claro: el gran acierto de renovar una forma expresiva sin caer ni en la belleza gratuita ni en la abstracción pretenciosa, sino más bien buscando una variante hipertensa del realismo crítico que no excluya la presencia de acentos poéticos. Y todo ello articulado de tal forma que los elementos de la realidad queden organizados con disciplina teatral para evitar que la simple tentación de la denuncia y el compromiso empobrezca la visión de esa realidad y la prive de importantes datos sobre intensidad, sueño, imaginación e incluso, naturalmente, emociones. Hay que ver El señor presidente. Vayan, por favor. Es un espectáculo hermosísimo. Ilumina. Informa. Y consuela. Las razones por las que se va al teatro desde hace miles de años.


25 de octubre de 1978
El País, Madrid

Fuente: El País, Madrid




El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias.
Versión dramática: Hugo Carrillo.
Adaptación libre: Rajatabla.
Dirección: Carlos Giménez. 
Vestuario y muñecos: Cosme Cortázar.
Principales intérpretes: Francia Orozco, Teresa Selma, Francisco Alfaro, Carlos Canut, Cosme Cortázar, Roberto Moll, Juan Manuel Montesinos.
En el Centro Cultural de la Villa de Madrid






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